domingo, 11 de enero de 2015

Las mujeres de mi vida


Siempre he sido eso que llaman una persona dependiente. Ellas han tomado todas las decisiones importantes en mi vida:
La comadrona decidió cuando debía llorar por primera vez dándome cachetes en el culo. Mi madre decidió que tipo de persona debía ser, a que dios debía adorar o con que mujer debía casarme. Mi mujer decidió que Lupo, mi querido perro, era un capricho infantil del que tenía que deshacerme, que sus amoríos con otros hombres eran por mi culpa y que sólo tendríamos una hija que se llamaría Lara. Ha sido una buena hija Lara, no me puedo quejar. Cuando me jubilé, decidió que el mejor lugar para mí era una residencia de ancianos, allí estaría mejor. En vano le supliqué que no me metiese en uno de esos lugares horribles, no sirvió de nada. Eso sí, no escatimó en gastos: eligió el más caro que encontró. Y el más lejano, también es cierto.
Y aquí estoy ahora, a punto de tomar una decisión trascendental por mi mismo, sólo en esta habitación de hospital. Abandonado por todos, como Lupo, mi querido perro. Me invade, sin embargo, una sensación de felicidad y libertad como sólo creía posible en las películas o en los anuncios de colonia. Es mi decisión. La última.

Estoy listo, doctora (otra mujer, claro)

¿Está seguro? ¿no quiere consultarlo con su familia?

No, esta vez no. Desconécteme de la máquina, quiero morir con dignidad.

2 comentarios:

  1. Empezamos el año pesimista he? Que no decaiga esa ilusión....saludos

    ResponderEliminar